lunes, 11 de junio de 2007

El ombú

Era domingo y había sol. Luego del almuerzo del mediodía Diego le pidió a Antonio que lo llevase al campo así practicaba un poco con el auto. Partieron con la estanciera gris.

- ¡No seas tan ternero! - gritó Antonio a su nieto - ¡Despacito!. Anda despacito. La estanciera cruzaba los campos cercanos a Porteña, un pueblo pequeño fundado por piamonteses en el centro del país.
- A ver, pará, pará.
Diego hizo caso a su abuelo y frenó.
- Hace marcha atrás - dijo el abuelo.
La estanciera retrocedió unos metros y quedaron justo delante de una tranquera cerrada.
-Acá vivía yo - dijo Antonio. Abrió la puerta y descendió de la estanciera. Diego lo imitó.
-¿Adonde? - preguntó Diego.
-Acá - dijo Antonio señalando el camino y agregó - mirá, justo por donde pasa el camino estaba mi pieza.
- ¿En serio? - preguntó Diego.
Antonio asintió con la cabeza.
- ¿Y cuanto hace de esto?
- Y calculale unos... a ver, nos vinimos a trabajar acá cuando yo tenía 10 mas o menos. Estaba como presidente... Justo… mirá vos... y... nos fuimos al pueblo cuando murió mi padre, en el 44.
Diego hizo un gesto de desconcierto y girando se apoyó al alambrado.
- ¿Che nono y que hacías acá todo el día?
- Y me rascaba las pelotas… - respondió Antonio mirando hacia el horizonte. Giró hacia donde estaba su nieto y añadió - ¡Trabajaba! Ayudaba a mi padre, con mis hermanos.
- ¿Y tenías que laburar mucho? - pregunto Diego.
Antonio no contestó.
Diego no insistió, se quedó mirando las bostas de vaca, secas, que había en el potrero. Era el único nieto varón. Venía a Porteña con sus padres dos o tres fines de semana al año. Vivía en Buenos Aires. En Palermo. Hollywood.
- ¿Hasta que edad viviste acá? - dijo Diego.
- Hasta los 20 años, después me fui al pueblo, a trabajar. Ahí la conocí a Julia. Después me casé con ella.
Se quedaron en silencio mirando un gran árbol.
- ¿Eso es un ombú no?
Antonio asintió con la cabeza. - Cuando era chico - dijo Antonio mirando a un ombú que se erguía imponente y solitario en el centro del potrero - Cada vez que podía me hacía una escapada y me pasaba horas apoyado en el tronco.
- ¿Y que hacías ahí? ¿leías? - preguntó Diego.
- No, no me gustaba leer.
- ¿Entonces?
- Me hacía la paja - dijo Antonio con un tono tranquilo mirando el árbol.
Diego no dijo nada.
-¿Vos te haces mucho la paja? - continuó Antonio.
Diego soltó una risa.
-Ya no. Además estoy de novio.
-¿Y que tiene que ver? Sabés lo que daría porque se me pare, aunque sea durante 2 minutos.
-¿Qué? dijo Diego riendo.
- Nada, nada. Igualmente no te creo.
Diego rió otra vez.
Antonio miró en dirección al árbol, Diego hizo lo mismo.
- ¿Y que mas hacías a parte de... de hacerte la paja? - preguntó Diego.
- Ahí fumé por primera vez. Se lo había robado a mi hermano más grande. Esperé a que todos se vayan a dormir la siesta, me fui hasta el ombú y lo fumé entero. Cuando me quise levantar me caí de jeta al piso.
Diego rió.
- ¿Vos fumás? - preguntó Antonio.
- No - dijo su nieto - además si se entera mamá me mata. - A veces no entiendo porque me salió tan pelotuda tu mamá - Antonio hizo una pausa - Me fumaría uno.
-Bueno - dijo Diego - A veces fumo.
-Ya sabía - dijo Antonio -¿Tenés?
Diego sonrió.
-No, los tengo escondidos en el bolso.
-Pero nono… no le digas nada a mamá que fumo.
Antonio miró a su nieto y le dijo - Porque, ¿vos fumas?
Diego sonrió.
-¿Sabés lo que me gustaba mucho? - dijo Antonio.
-¿Qué?
- Ir a cagar al ombú.
Diego comenzó a reírse.
-¿Nunca cagaste al aire libre? - preguntó Antonio.
- En Buenos Aires es imposible nono. A parte yo no cago en otro baño que no sea el mío.
Antonio soltó una carcajada.
- A mi donde me agarra tengo que ir porque sino me cago arriba - dijo Antonio.
- ¿Qué feo no?
- Antonio hace un ruido de reproche con la boca. - Cagar al aire libre, es todo un tema.
-¿Como es a ver?
- El silencio, el horizonte, las vacas te miran serias, el viento te roza las bolas. - Antonio hizo una pausa - Lo único que me molestaba era que a veces uno que otro pastito te hacia cosquillas en el culo.
Ambos rieron.
Diego giró hacía el otro lado del camino y caminó unos pasos hacia la estanciera.
Antonio no se movió. Miró el ombú. Con el viento en la cara. En silencio.
-¿Me esperas un rato? - dijo Antonio rompiendo el silencio - Me voy a cagar.
-¿Adonde? - preguntó Diego.
- Al ombú
-Bueno, te espero en el auto. - respondió Diego sonriendo y agregó - Apurate.
Diego dio media vuelta, se puso los auriculares y dió play a su mp3 para seguir escuchando una canción de Sigur Ros que había bajado durante la semana por internet. Comenzó el regreso.
Antonio saltó la tranquera y comenzó su camino. Al llegar al árbol lo rodeó y se apoyó en el tronco. Luego se asomó por un costado. Vio que su nieto estaba sentado dentro de la estanciera. Volvió al mismo lugar donde se había apoyado. Miro hacia abajo e hizo 4 pasos, largos. Sacó un hierro del bolsillo del pantalón. Se sentó en el piso. Empezó a hacer un pozo.
A los pocos segundos escuchó el ruido, metálico, de una caja. La sacó. La abrió. Miro su interior. Lloró, despacito.




No hay comentarios: